1. El primer matrimonio de Charles Bovary Charles Bovary era un auténtico desastre en la facultad de medicina. A duras penas conseguía aprobar y sus notas pendían de un hilo. Era como ver a alguien intentando trepar por un poste engrasado: doloroso, lento, y sin garantías de llegar a la cima. Pero de alguna manera, contra todo pronóstico, Charles se graduó. No como médico, sino como funcionario de sanidad.Así que allí estaba, recién salido de la facultad con su flamante título, listo para enfrentarse al mundo. O al menos, a la pequeña ciudad de Tostes. Charles recogió sus escasas pertenencias y se puso en marcha, con la cabeza llena de sueños de iniciar una carrera exitosa y labrarse un futuro.Uno pensaría que Charles llevaba las riendas de su propia vida, ¿ no? Pues no. Entra en escena Mamá Bovary, toda una pieza. Esta mujer era como una titiritera, moviendo los hilos entre bastidores.Lo siguiente que supo Charles fue que estaba ante el altar, dando el "sí, quiero" a Heloise Dubuc. Heloise no era precisamente la novia ruborizada que uno podría imaginar. Era una viuda adinerada, lo bastante mayor como para ser la madre de Charles, con una personalidad tan cálida y cariñosa como un cactus en invierno.Heloise dirigía su hogar como un sargento instructor. Controlaba con mano de hierro la economía y se aseguraba de que Charles supiera quién llevaba los pantalones en la familia.Mientras tanto, Charles hacía lo posible por sacar adelante su consulta médica. Pero era como ver a un pato intentando trepar a un árbol. El pobre hombre hacía diagnósticos a ciegas, confundía las recetas y, en general, dejaba a sus pacientes preguntándose si no sería mejor pedir consejo médico al carnicero del barrio.En casa, las cosas tampoco pintaban bien. Heloise siempre estaba encima de él, regañándole y criticándole como si fuera un niño. Su casa parecía más una olla a presión que un hogar, con una tensión tan densa que se podía cortar con cuchillo.Y a pesar de que Charles era tan fiel como un perro, los celos consumían a Heloise. Se convencía a sí misma de que Carlos andaba de picos pardos, cuando en realidad el pobre apenas tenía valor para hablar con la panadera sin ponerse como un tomate.Así pasaron los años, cada día más largo que el anterior. La relación de Charles y Heloise era como una planta marchita que ni el mejor jardinero podría revivir.Justo cuando parecía que este miserable tiovivo nunca se detendría, la vida les dio un vuelco. De repente, Heloise cayó enferma. Fue algo repentino y grave, cogiendo a todos por sorpresa. A pesar de su torpeza como médico, Charles hizo todo lo posible por cuidarla. Estaba como pez fuera del agua, dando palos de ciego, intentando hacer lo correcto por su mujer. Pero al final, no fue suficiente.Mientras el féretro de Heloise descendía a la tierra, Carlos permaneció de pie, con una mezcla de dolor y alivio que le invadía como mareas opuestas. Se había librado de un matrimonio asfixiante, pero ahora se enfrentaba a un futuro incierto. Los cotilleos del pueblo ya estaban en marcha, sus susurros se esparcían como el polen en primavera.Carlos, aún joven pero agotado por años de críticas y fracasos, miró al horizonte. El sol se ponía, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Era hermoso, pero Charles no podía evitar la sensación de que algo se avecinaba.En ese momento, como caído del cielo, sonó el teléfono de Charles. Buscó a tientas en el bolsillo y casi se le cae al contestar. La voz al otro lado era urgente, hablaba de un granjero llamado Rouault que se había roto una pierna.
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