Londrez ardía bajo un sol abrasador de julio. El calor era tan intenso que parecía filtrarse a través de las paredes del 221B de Béiker Estrit. En el interior, el doctor Yon Watson observaba a su amigo y compañero de piso, Sherlok Holmes, con una mezcla de fascinación y preocupación. Holmes estaba ensimismado, manejando con destreza una jeringuilla como si fuera una extensión de su brazo.Watson no pudo evitar fruncir el ceño. Como médico, había visto los estragos que las drogas podían causar, y la idea de que Holmes cayera en esa trampa le revolvía las entrañas.Holmes, con los ojos brillantes de fiebre, seguía hablando de cómo su mente no soportaba el ocio. Necesitaba problemas que resolver, trabajo que hacer, o se volvería loco.Justo cuando Watson estaba a punto de insistir, su casera, la señora Jadson, irrumpió en la habitación como un vendaval. Estaba entusiasmada y anunció que abajo había una joven que solicitaba la ayuda de Holmes.Y entonces entró ella: la señorita Mary Morstan. Era como un soplo de aire fresco en un día caluroso, toda gracia y compostura. Watson sintió que el corazón le daba un vuelco al verla.Mary comenzó a relatar su historia, que parecía sacada de una novela de misterio. Su padre, el capitán Ártur Morstan, había desaparecido hacía diez años tras regresar de la Indiá. Fue como si se lo hubiera tragado la tierra.Sin embargo, seis años después de la desaparición de su padre, empezó a ocurrir algo insólito. Todos los años, el 4 de mayo, Mary recibía un extraño regalo: una perla única y perfecta. Cada una era preciosa, como una gota de océano.La carta era enigmática: le pedía a Mary que no acudiera a la policía, pero le permitía traer a dos amigos si lo deseaba. Mientras hablaba, con la voz ligeramente temblorosa, se podía ver cómo Holmes se entusiasmaba cada vez más.Holmes ni siquiera dudó antes de aceptar el caso. Era como si alguien hubiera accionado un interruptor: en un momento estaba aburrido y apático, y al siguiente, concentrado y listo para la acción.Cuando Mary se marchó, dejando su perfume flotando en el aire como un recuerdo, Watson se dio cuenta de que tenía un problema. No podía dejar de pensar en ella: su elegancia, su belleza y el halo de misterio que la envolvía.El sol se ponía sobre Londrez, proyectando largas sombras sobre la ciudad. Watson no podía evitar la sensación de que estaban a punto de adentrarse en algo grande.Al caer la noche, la mente de Watson bullía. ¿ Qué descubrirían mañana? ¿ A qué peligros se enfrentarían? ¿ Y por qué no podía apartar a Mary de sus pensamientos? Daba vueltas en la cama, soñando con perlas y cartas misteriosas. Justo antes del amanecer, se despertó sobresaltado, con el corazón desbocado. En su sueño, había visto un estudio en penumbra, con sombras que se extendían por la habitación. Había un hombre de aspecto nervioso, como si estuviera a punto de revelar un gran secreto. Watson sacudió la cabeza, tratando de borrar la imagen.