De vuelta en Lóndres, Uótson se encontraba en un aprieto. Hallar un alojamiento asequible se había convertido en un verdadero quebradero de cabeza.Cuando estaba a punto de tirar la toalla y considerar vivir en una caja de cartón, la suerte le sonrió. Se topó con un viejo amigo, Stámford, que era como un anuncio ambulante. Stámford mencionó conocer a alguien que buscaba compañero de piso: Shérlok Jólmes.Jólmes buscaba compartir el alquiler del 221B de Béiker Street, un lugar acogedor en pleno centro de Lóndres. Al oír que Jólmes se autodenominaba "detective asesor" , a Uótson se le pusieron las orejas de punta.Convivir con Jólmes era como intentar predecir el tiempo en Lóndres.Pero el verdadero espectáculo comenzaba cuando los clientes de Jólmes llamaban a la puerta. Era un desfile interminable de rarezas y maravillas.Lo que realmente dejaba a Uótson boquiabierto era la perspicacia de Jólmes. El hombre podía mirar a alguien y leer su vida en un santiamén. Cuando Jólmes se fijaba en Uótson, era como estar bajo la lupa. En un abrir y cerrar de ojos, Jólmes había deducido el pasado militar de Uótson, incluyendo la campaña en la que había luchado.Su primer gran caso juntos les cayó como una bomba. Apareció un cadáver en una casa abandonada de Bríkston Road y la policía andaba como pollo sin cabeza. Para la mayoría, un cadáver sería motivo de espanto.Los inspectores de Escótland Yard, Lestréid y Grégson, competían por resolver el caso primero. Pero cuando Jólmes apareció, fue como ver a un gran maestro de ajedrez entrar en un torneo de damas.Uótson observaba, con la boca abierta, cómo Jólmes iba atando cabos. Era como ver a un mago revelar sus secretos, solo que esto no era un truco.El asesino, pillado con las manos en la masa gracias a las deducciones de Jólmes, fue detenido por la policía. Lestréid y Grégson se quedaron con cara de tontos.Mientras regresaban a Béiker Street, con una niebla más espesa que el puré de patatas, Uótson se dio cuenta de que su vida había dado un giro inesperado. Se había apuntado a compartir piso y había acabado en primera fila del espectáculo más alucinante de Lóndres.Justo cuando Uótson se estaba acostumbrando a esta nueva montaña rusa, otro caso llamó a su puerta. Apareció un hombre llamado Uílson, con pinta de haber pasado por un huracán. Su ropa era un desastre y sus ojos se movían nerviosos como los de un conejo asustado. Cuando Uílson se sentó frente a Jólmes, el peso de sus problemas era casi palpable.