El aire estaba impregnado del aroma de las rosas y el césped recién cortado, un cambio agradable frente al olor antiséptico del hospital que Jéistings había dejado atrás.Yon salió a recibirle, estrechándole la mano calurosamente y esbozando una sonrisa que no le llegaba a los ojos. Algo no cuadraba, y Jéistings lo percibía en sus entrañas.Al entrar en la casa, Jéistings sintió que se adentraba en un mundo distinto. El interior era un laberinto de madera oscura y cortinajes pesados, que conferían al lugar una atmósfera lúgubre, casi asfixiante.Yon comenzó a presentar a Jéistings al resto de la familia, y vaya personajes que eran. La primera fue Emily Ínguelzorp, la madrastra de Yon. Era una fuerza a tener en cuenta, con unos ojos penetrantes que parecían traspasarte, como si pudiera leer tus secretos más íntimos.Luego estaba Álfred, el nuevo marido de Emily. Él era harina de otro costal. Más joven que Emily, con una energía nerviosa que hizo que Jéistings desconfiara al instante.A medida que avanzaba el día, Jéistings fue conociendo a los demás residentes de Styles Court. Estaba Méri, la esposa de Yon, que parecía caminar sobre cáscaras de huevo alrededor de su marido.Evelyn Jáuard, la compañera de Emily, era todo un personaje. Tenía una lengua afilada como un cuchillo y no temía usarla.Y luego estaba Lórens, el hermano menor de Yon. Era un tipo callado, siempre con la nariz metida en un libro.Cuanto más observaba Jéistings, más sentía que estaba ante un polvorín a punto de estallar. Las relaciones entre los miembros de la familia estaban tan enredadas como un ovillo de lana después de que un gato hubiera jugado con él. El reciente matrimonio de Emily y Álfred había sentado como un tiro a algunos, y el dinero de la herencia era el elefante en la habitación que nadie quería mencionar.La cena de aquella noche fue tensa. La conversación era forzada, con largos silencios solo interrumpidos por el tintineo de los cubiertos sobre la vajilla. Jéistings no pudo evitar fijarse en cómo los nudillos de Yon se ponían blancos alrededor del tenedor cada vez que Álfred hablaba, ni en las miradas de preocupación que Méri lanzaba a su marido.Al caer la noche, Jéistings se retiró a su habitación, con la cabeza dándole vueltas por todo lo que había observado. La vieja casa crujía y gemía a su alrededor, como si también ella estuviera cargada con los secretos que guardaba.Tumbado en la cama, Jéistings añoraba la sencillez del campo de batalla. Al menos allí sabía quiénes eran sus enemigos. Aquí, en esta casa de secretos y sonrisas tensas, se sentía como si estuviera caminando sobre un campo minado.Mientras se dormía, Jéistings no podía evitar pensar que su viejo amigo Érculis Poirot se lo pasaría en grande con tanta tensión e intriga.Poco sabía Jéistings que su tranquila recuperación en Styles Court estaba a punto de convertirse en algo mucho más siniestro.Mientras Jéistings cerraba los ojos, no tenía ni idea de que al día siguiente entraría en escena un nuevo elenco de personajes.