1. La persuasión de la juventud La historia de amor de Anne y Wentworth comenzó como un flechazo sacado de un cuento de hadas.Desde el momento en que se conocieron, fue como si el mundo se desvaneciera, dejándolos solos en una burbuja de amor recién descubierto. Wentworth, con su sonrisa elegante y sus ojos brillantes como el mar que tanto amaba, rebosaba confianza en su futuro naval.Una tarde soleada, mientras paseaban por los acantilados con vistas al mar embravecido, Wentworth se arrodilló. El anillo que le ofreció no era gran cosa - una simple sortija que probablemente le costó el sueldo de un mes entero -, pero para Anne valía más que todas las joyas de la corona.En los primeros días de su compromiso, la mente de Anne era un torbellino de sueños. Imaginaba acogedoras veladas junto al fuego en su casita, con las paredes adornadas con mapas de tierras lejanas.Pero su pequeño mundo perfecto se derrumbó como un castillo de arena con la marea alta cuando sir Walter, el padre de Anne, se enteró de su compromiso. El viejo baronet, con sus pelucas empolvadas y su obsesión por la última moda, no veía más allá de sus narices.La reacción de Sir Walter fue como ver la pataleta de un pavo real. Hinchó el pecho, vociferando sobre el honor familiar y la importancia de un buen matrimonio. A sus ojos, Wentworth no era más que un marinero sin blanca con delirios de grandeza.Justo cuando Anne pensaba que las cosas no podían ir a peor, Lady Russell entró en escena. Lady Russell no era mala persona. Se preocupaba de verdad por Anne, la veía como la hija que nunca tuvo.Lady Russell empezó a pintar un futuro para Anne tan sombrío como un día lluvioso en la playa. No paraba de hablar de las penurias de ser esposa de un marino: la preocupación constante, la soledad, la posibilidad de enviudar antes de haber tenido siquiera la oportunidad de ser realmente una esposa. ¿ Y las perspectivas de carrera de Wentworth?La pobre Anne se sentía zarandeada por una tormenta sin puerto seguro a la vista. Por un lado estaba Wentworth, el hombre al que amaba más de lo que jamás hubiera creído posible. Por el otro, su familia y Lady Russell, las personas en las que había confiado y admirado toda su vida.Durante días, Anne fue un desastre. Lloró más lágrimas que gotas hay en el océano, mantuvo innumerables conversaciones con Lady Russell que siempre parecían acabar igual.Al final, con el corazón hecho pedazos, Anne tomó la decisión que la perseguiría durante años. Rompió con Wentworth.Wentworth no lo encajó bien, no es que se le pudiera culpar. Estaba dolido, enfadado, sintiéndose como si le hubieran echado a un lado cual vieja carta de navegación. Se marchó furioso a seguir su carrera naval, jurando que nunca perdonaría a Anne por lo que consideraba la traición definitiva.Los años que siguieron fueron un borrón gris para Anne. Iba a la deriva por la vida como un barco fantasma, presente pero no realmente allí. Otros hombres intentaron conquistar su corazón, pero todos eran meras sombras de Wentworth.Con el paso del tiempo, Anne vio cómo su juventud se desvanecía como la arena en un reloj. Su belleza se marchitaba, pero el recuerdo de Wentworth permanecía tan vivo como siempre.Anne se quedó con un remordimiento que la carcomía como el óxido de un ancla vieja. Repetía constantemente ese momento en su cabeza, imaginando un final diferente en el que hubiera sido lo bastante valiente para plantarle cara a su familia y luchar por su amor.Con el paso de los años, la historia de Anne se convirtió en una lección susurrada entre las jóvenes del vecindario.Pero cuando parecía que la historia de Anne estaba destinada a no ser más que una triste nota al pie en los anales del amor perdido, el destino decidió lanzarle un salvavidas. Empezaron a circular rumores de que la familia Elliot tenía problemas económicos. El tren de vida extravagante de Sir Walter había acabado por pasarle factura, y sus arcas, antaño rebosantes, estaban tan secas como un desierto.
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