En este paisaje indómito, la vida del joven John Ridd dio un vuelco inesperado. Su padre era todo un personaje en la zona: un granjero recio con corazón de oro. El tipo de hombre capaz de derribar un toro y, al instante siguiente, ayudar a un cordero recién nacido a ponerse en pie.Los Doone eran la pesadilla del lugar.Imagina la escena: El padre de John regresa del mercado de Porlock, los bolsillos repletos con las ganancias del día, probablemente soñando con el calor del hogar que le espera. Transita por un estrecho camino en una cañada, el lugar perfecto para una emboscada.Todo acabó en un suspiro. El padre de John era duro, pero no tenía ninguna posibilidad contra una banda de criminales curtidos.Cuando la noticia llegó a la granja de los Ridd, fue como un mazazo. John, apenas un crío de doce años, vio a su madre desplomarse como un fardo, sus gritos resonando por todo el corral.En ese instante, John se sintió como si cargara el peso del mundo sobre sus hombros. De repente, era el hombre de la casa, obligado a calzarse unos zapatos demasiado grandes para él.Pero John estaba cortado por el mismo patrón que su padre. Se arremangó y se lanzó de cabeza a aprender todo sobre la gestión de la granja. De sol a sol, se dejaba la piel trabajando. Sus manos, antes suaves como el culito de un bebé, se volvieron ásperas y callosas.Con el paso del tiempo, la ira de John hacia los Doone crecía como la mala hierba, ahogando todo lo demás. Cada vez que veía la mirada triste de su madre o escuchaba a sus hermanas llorar por la noche, la rabia se intensificaba.Los años volaron y John se convirtió en un hombre grande como un castillo. La gente empezó a llamarle "John Ridd el Grande", y vaya si le hacía justicia. Era alto como un roble y sólido como las mismas colinas.La fuerza de John se hizo legendaria en la comarca. Podía cargar una oveja adulta sobre sus hombros como si fuera un saco de plumas. En las luchas locales, derribaba a sus contrincantes como si fueran de paja.De pie en el lindero de su granja, contemplando la belleza salvaje de Exmoor, John sabía en el fondo que su historia estaba lejos de terminar. La tragedia que marcó su infancia también le había forjado como un hombre con un propósito.Mientras el sol se ponía, tiñendo el cielo de naranja y rosa, John no podía sacudirse esa corazonada. Algo se acercaba. Quizás había llegado el momento de ajustar cuentas con los Doone de una vez por todas. Se encaminó hacia la granja, la mente bullendo de posibilidades.