La vida en la Posada del Almirante Benbo transcurría tan plácida como un mar en calma.Este lobo de mar era todo un espectáculo. Su piel, curtida por años bajo el sol, parecía cuero viejo. Su voz áspera chirriaba en los oídos, pero de algún modo, cautivaba.Bouns siempre estaba alerta, como gato en casa ajena. Pasaba horas escudriñando el mar, como si esperara que los problemas surgieran en el horizonte. Era, cuanto menos, inquietante. Pero lo peor era su obsesión con ese marinero de una sola pierna. Me agarraba del hombro, con los ojos desorbitados como un mar embravecido, y me pedía que estuviera al acecho.Bouns no era precisamente un huésped modelo. La mayoría de las noches, se emborrachaba tanto que hacía parecer sobrio a un pez. Bramaba canciones marineras a pleno pulmón, capaz de despertar hasta a los muertos. Los demás huéspedes refunfuñaban y se quejaban a mis padres como gaviotas peleando por un pescado. ¿ Y Bouns? Tan campante.Las cosas empeoraron cuando mi padre enfermó. Fue como ver marchitarse a un roble fuerte. Se consumió rápidamente, dejándonos a mi madre y a mí al frente de la posada. Era mucho para un joven como yo, pero me esforcé por ser el hombre de la casa.Justo cuando creíamos que la situación no podía complicarse más, apareció Perro Negró. Este nuevo marinero era como una nube de tormenta personificada, oscura y amenazante. Decía ser un viejo camarada de Bouns, pero en cuanto se miraron, el aire crepitó con la tensión de un rayo a punto de caer. En un abrir y cerrar de ojos, volaban los puños y se rompían los muebles. Fue una auténtica trifulca que terminó con Perro Negró huyendo más rápido que una liebre.Uno pensaría que, después de aquello, Bouns también querría largarse, pero era más terco que una mula. Se aferró a su habitación como un náufrago a un tablón. Pero su paranoia empeoró.Entonces llegó el mendigo ciego, Piu. Era un tipo espeluznante que entró en la posada dando golpecitos con su bastón como si la muerte llamara a la puerta. Traía un mensaje para Bouns: un papel doblado con una mancha negra. Para nosotros no significaba nada, pero para un pirata como Bouns, era como una sentencia de muerte.El impacto fue demasiado para el corazón de Bouns. Se desplomó allí mismo, dejando este mundo con un último suspiro que resonó en la posada como el estertor de un viento moribundo. Mi madre y yo tuvimos que hacernos cargo del desastre, incluido el viejo baúl de Bouns. Empezamos a hurgar en él, esperando encontrar suficientes monedas para cubrir su deuda.Pero mientras rebuscábamos, casi se nos para el corazón. Oímos pasos que se acercaban. El sonido nos erizó la piel.El corazón nos latía desbocado mientras cogíamos lo que podíamos del cofre. Los pasos se acercaban, como una cuenta atrás hacia el desastre. Teníamos que salir pitando. Sentía el miedo subiendo por mi garganta como una marea, amenazando con ahogarme.El ruido de los piratas acercándose me ponía los pelos de punta. Sus pasos pesados y voces roncas se acercaban a cada instante. Mi madre y yo intercambiamos una mirada de pánico, conscientes de que debíamos actuar ya. El mundo parecía ralentizarse, cada latido una eternidad. ¿ Qué pasaría si nos pillaban? ¿ Qué secretos guardaba el cofre de Bouns por los que esos hombres matarían?