1. Escapada a París Corría el año 1904 cuando Margareta Sele llegó a su límite. Con el corazón encogido y las manos temblorosas, tomó la dolorosa decisión de huir de su matrimonio abusivo en Jaba. Dejando atrás su tormentoso pasado y a su hija Non, se embarcó rumbo a Europa.El viaje parecía interminable. Cada día era una lucha interna entre el dolor de abandonar a su hija y el anhelo desesperado de comenzar de nuevo. Contemplaba el vasto océano, cuestionándose si había tomado la decisión correcta.Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, el barco atracó en Europa. Al llegar a Parí, Margareta se llevó un sobresalto. La ciudad la golpeó como una oleada de nuevas experiencias. Nada tenía que ver con la vida apacible y tropical que había conocido en las Indias Orientales Neerlandesas. Las calles bullían de gente, caballos y carruajes.Por un instante, Margareta se sintió como pez fuera del agua, boqueando en aquel mar desconocido. La Torre Eifel se alzaba imponente, un coloso de metal que parecía rozar el cielo. El aroma de los cruasanes recién horneados de las cafeterías cercanas le hizo la boca agua, recordándole lo poco que había comido durante el trayecto. Mientras paseaba por los Campos Eliseos, las lujosas boutiques parecían burlarse de ella con su opulencia inalcanzable.Con apenas dinero para subsistir y sin más que su ingenio, Margareta se dispuso a buscar alojamiento. Consiguió una pequeña habitación en una modesta pensión de Monmartre. No era precisamente un palacio. El papel de la pared estaba desconchado y la cama crujía horriblemente, pero al menos tenía un techo sobre su cabeza.Cada noche, Margareta vaciaba sus bolsillos y contaba sus escasas monedas. Las estiraba al máximo y solo compraba lo estrictamente necesario. Durante el día, buscaba trabajo. El barrio bohemio de Monmartre le pareció el lugar idóneo para empezar de cero. Probó suerte como modelo para los artistas locales y sus rasgos exóticos atrajeron algunas miradas. Pero una y otra vez la rechazaban.A medida que pasaban los días, el hambre se convirtió en la compañera inseparable de Margareta. Era una presencia que le roía las entrañas y se negaba a ser ignorada. Sus fondos casi se habían esfumado, como agua que se evapora bajo un sol abrasador. Sabía que se le agotaban las opciones, y rápido.En la quietud de su pequeña habitación, dormir se convirtió en un lujo que Margareta no podía permitirse. Su mente daba vueltas buscando una salida a su apuro. Como un náufrago aferrándose a un madero, se agarró a los recuerdos de su estancia en Jaba. Los colores vibrantes de los mercados, los aromas embriagadores de las especias y, sobre todo, las fascinantes danzas que había presenciado.Cuando la primera luz del alba se coló por su mugrienta ventana, Margareta tomó una decisión. Se reinventaría, se transformaría en alguien nuevo, alguien que no solo pudiera sobrevivir, sino prosperar en este mundo extraño. Su origen exótico, que antes era fuente de aislamiento, se convertiría en su mejor baza.Con renovada determinación, Margareta empezó a planear. Practicó las danzas que recordaba, añadiendo su propio estilo y florituras. Apartó los muebles destartalados de su habitación y bailó hasta que le dolieron los pies. Creó un personaje, una historia que cautivaría e intrigaría. Ya no sería Margareta Sele, la refugiada desesperada de un matrimonio fracasado.Mientras trabajaba sin descanso para perfeccionar su nueva identidad, Margareta no podía evitar pensar en Non, la hija que había dejado atrás. La culpa seguía ahí, como un dolor sordo en el pecho, pero ahora iba acompañada de una férrea determinación.La transformación no fue fácil. Hubo momentos de duda en los que la tarea parecía imposible. Margareta se miraba en el espejo agrietado y se preguntaba si se estaba engañando a sí misma. Pero cada día que pasaba se sentía más fuerte, más segura de sí misma.Cuando el sol se ponía un día más sobre la Ciudad de la Luz, Margareta se asomó a la ventana y contempló el resplandor de las calles. Ya no era la misma mujer que había llegado a estas costas, perdida y asustada. Estaba evolucionando, como una mariposa que sale de su crisálida, lista para desplegar las alas y emprender el vuelo.Estaba preparada para presentar al mundo su nuevo yo, una mujer que pronto sería conocida por un nombre que resonaría en la historia: Mata Hari. Pero mientras estaba allí, llena de una nueva determinación, le asaltó una duda persistente. ¿ Cómo haría su gran debut? ¿ Dónde encontraría la oportunidad de mostrar su transformación? Margareta se sentía estancada, al borde de algo grande, pero incapaz de dar el salto definitivo. Necesitaba una señal, una oportunidad, cualquier cosa que pusiera en marcha su plan.
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