1. Perdido en el bosque oscuro Dante Alighieri estaba metido en un buen lío. El poeta y político florentino, de 35 años, se perdió en un bosque tenebroso y oscuro el Viernes Santo de 1300. No era el típico paseo por el bosque que sale mal.Los árboles se alzaban sobre Dante como jueces silenciosos, y sus ramas se extendían como dedos huesudos que trataban de agarrarlo. A cada paso que daba, el bosque parecía cerrarse a su alrededor, haciéndole sentir más pequeño y más perdido.Pero este bosque no era sólo un lugar físico. Era una gran y aterradora metáfora de la vida de Dante. El pobre hombre estaba pasando por una gran crisis, tanto en su cabeza como en su corazón. De vuelta en Florencia, la política era tan corrupta que le revolvía el estómago. Era como intentar nadar en una piscina llena de tiburones, todos mordiéndose entre sí y a él. Y para colmo, Dante se castigaba a sí mismo por sus propios errores.Mientras Dante avanzaba a trompicones por este sombrío laberinto, el miedo le atenazaba como una mano helada. El corazón le latía con tanta fuerza que creía que se le iba a salir del pecho, y su mente corría más deprisa que un caballo desbocado.Pero entonces, justo cuando pensaba que había perdido toda esperanza, algo llamó su atención. A lo lejos, destacando como un pulgar dolorido en toda aquella oscuridad, había una colina bañada por la luz del sol. Era como si alguien hubiera encendido de repente un interruptor gigante en medio de aquel bosque completamente oscuro. Dante se animó tan rápido que casi se marea. Esta colina, pensó, podría ser su billete para salir de este lío.Con energía renovada, Dante empezó a avanzar hacia la colina. Cada paso se sentía más ligero que el anterior, y la esperanza comenzó a burbujear en su interior. No se trataba sólo de una vía de escape, sino de una oportunidad de salvación, una forma de salir del pozo en el que había caído.Pero agárrense los sombreros, porque no iba a ser tan fácil. Justo cuando Dante empezaba a subir, pensando que ya estaba en casa, ¡ pum! Su camino fue bloqueado no por una, ni por dos, sino por tres bestias aterradoras.El primero fue un leopardo, rápido como el rayo y elegante como la seda. Esta amenaza moteada no era un gato grande cualquiera; era como la lujuria hecha vida, ese deseo furtivo que puede hacerte tropezar cuando menos te lo esperas.Después vino un león, orgulloso y feroz, con su melena como una corona de furia. Este rey de las bestias representaba el orgullo, ese sentimiento obstinado que puede hacerte creer que eres mejor que los demás.Por último, pero no por ello menos importante, había una loba. Era delgadísima, pero parecía que podía comerse un caballo y aún le quedaba sitio para el postre. Esta loba era la codicia personificada, ese hambre interminable de más, más, más.Estas bestias eran como una representación viva y palpitante de todos los pecados y tentaciones que habían llevado a Dante por el mal camino. Cada una era más aterradora que la anterior, sus ojos brillaban con un hambre que parecía imposible de satisfacer. Dante, enfrentado a estos monstruosos obstáculos, sintió que su esperanza se desmoronaba como un castillo de arena en una tormenta. Retrocedió, y su corazón se hundió más de lo que creía posible.Pero, ¡ espera! Justo cuando todo parecía perdido, cuando Dante estaba dispuesto a tirar la toalla y hacerse un ovillo, ocurrió algo increíble. De la nada, como un personaje salido de las páginas de un libro, apareció el espíritu de Virgilio. Virgil no era un fantasma cualquiera. Era el espíritu de uno de los más grandes poetas romanos de todos los tiempos, el tipo que escribió la Eneida.Virgilio no perdió el tiempo con charlas triviales. Fue directo al grano, explicando que no estaba allí por casualidad. No, había sido enviado a una misión nada menos que por Beatrice, el amor perdido de Dante. Beatrice, que había fallecido hacía años, no era sólo un antiguo amor.Resulta que Beatrice había estado vigilando a Dante desde el más allá, y no le gustó lo que vio. Estaba muy preocupada por su alma, viéndolo perdido y luchando como un pez fuera del agua.Virgilio se lo presentó todo a Dante. Se ofreció a ser su guía personal a través de los reinos del Infierno y el Purgatorio. No iba a ser un picnic, sino más bien un paseo por la casa encantada más terrorífica que puedas imaginar, multiplicada por mil. Pero Virgilio prometió que, al final, Beatrice tomaría el relevo y guiaría a Dante por el Paraíso.Dante, como puedes imaginar, estaba bastante abrumado. Era mucho para asimilar, como si te pidieran escalar el Everest cuando apenas dominas las escaleras. Dudó, su mente se tambaleaba por la enormidad de lo que Virgilio estaba proponiendo. No se trataba de una pequeña excursión de un día, sino de un viaje que le llevaría hasta los confines de la existencia y más allá.Pero en el fondo, Dante sabía que era su oportunidad. Era como si te lanzaran un salvavidas cuando te estás ahogando en un océano de desesperación. Se dio cuenta de que este viaje, por aterrador que pareciera, era su oportunidad de comprender, de redimirse.Así que, con una mezcla de miedo y determinación, Dante aceptó la oferta de Virgilio. Fue como dar el primer paso en una montaña rusa: aterrador, pero también estimulante. Sabía que el camino que tenía por delante sería duro, lleno de vistas y experiencias más allá de su imaginación. Pero también sabía que al final de todo había esperanza.Cuando Dante y Virgilio emprendieron su increíble viaje, el oscuro bosque comenzó a desvanecerse tras ellos. Por delante se extendía lo desconocido, un camino que les llevaría a través de las profundidades más profundas y las alturas más elevadas de la otra vida.Caminaron durante lo que parecieron horas, mientras el paisaje que les rodeaba cambiaba gradualmente. Los árboles se adelgazaban y el suelo bajo sus pies se volvía más duro, más rocoso. El aire se hizo más denso, más pesado, como lastrado por penas invisibles. Y entonces, al doblar una curva, a Dante se le cortó la respiración. Allí, apareciendo ante ellos como una pesadilla hecha realidad, estaban las puertas del Infierno. Masivas y premonitorias, se erguían como una barrera entre el mundo de los vivos y el reino del castigo eterno. Los ojos de Dante se fijaron en una inscripción tallada en la piedra, cuyas palabras le produjeron un escalofrío. ¿ Qué horrores habría más allá de esas puertas? ¿ Qué pruebas le aguardaban en las profundidades del inframundo?
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